Hombre de talento poliédrico, poeta fecundo, amigo de sus amigos y poseedor de una exquisita personalidad, mientras escribía se aferraba a la vida a través de la palabra. Y siempre fiel a los principios de su credo poético. “Escribo porque me voy muriendo día tras día. Por el mismo acezante impulso que obliga a escribir a otros numerosos poetas: el misterio de nuestra corta estancia en este mundo del que nunca me sentiría saciado y en el que yo querría, de nuevo, y para siempre, el paraíso”. No leemos a Aurelio Guirao. Nos leemos en él.
Fue una de las personas que, a comienzos de los años ochenta, integraron este grupo de literatura. Todo comenzó en junio de 1980, cuando varios jóvenes fundaron este colectivo, un sueño largamente acariciado por Ángel Almela y otros ciezanos que ya venían de una aventura casi clandestina, El Caimán. Dotado de un talento innato, participó en aquella nueva aventura que removió la dormida vida cultural de Cieza. Sus compañeros tuvieron ocasión de disfrutar de la inteligente conversación de quien se declaraba una persona de otra época.
Sufrió la poesía en sus carnes y que poco supo de glorias y mucho de goces y heridas. Escribía como si necesitase liberarse de muchas ataduras. Hizo de su soledad la más honda compañía, la que inundó sus versos de aspectos autobiográficos. En palabras suyas, “en principio, la soledad es una maldición porque muy poca gente quiere estar sola. Pienso que nadie quiere estar solo de una manera continua o sentirse no entendido por los demás. Pero también es una bendición cuando alguien obtiene la soledad que es buscada”.
Entre los brazos ausente (1975), Creación de la culpa (1980), Ceguedad de la carne (1982), Del verbo vivir (1983) y Las horas no enterradas (1990) son algunos títulos de una obra cuya importancia aún no ha tenido el reconocimiento debido. Tras largo tiempo desasistida entre nosotros vuelve a ser valorada como se merece en los últimos tiempos. Sus amigos reunieron toda la poesía suya que encontraron. Así, diez años después de su muerte, más de 400 páginas integraron en un tomo su Obra completa, libro publicado por la Editora Regional de Murcia.
Perdió a su primer y único hijo al poco de nacer. Todo ese dolor pasó a su lírica. Ese dolor extremo del padre que pierde al hijo quedó reflejado en su primer libro Entre los brazos ausente y más tarde en quizás su mejor publicación, Creación de la culpa. Su sufrimiento supo interiorizarlo y expresarlo en una poesía claramente existencial. Todo el mundo siente el dolor, pero pocos saben describirlo. Sus poemas contienen una intensidad emocional que sólo los poetas más grandes son capaces de regalarle al lector.
El enigma de la vida, la culpa, la soledad, el sufrimiento de existir o el nacimiento repentino al mundo sin los rudimentos para defenderse de él se muestran a su esencialidad más extrema en sus poemas. Esa mirada que trata de penetrar en lo más profundo, interrogándose por los conflictos básicos del ser humano. El hombre y su realidad en el mundo, su vida que concluirá necesariamente en la muerte –ese gran enigma y todos los demás, desde el amor y la alegría al sufrimiento, desde el conocimiento a la perplejidad y la renovada incertidumbre- será lo que surja a través de sus versos.
En sus poemas también cupieron emociones expresadas en francés, su segunda lengua. Aprendió muchas cosas de la cultura francesa, pero, la que más, a amar la libertad por encima de todas las cosas y a combatir todo lo que la amenaza y contradice. Su biografía está hecha de esfuerzos personales, construida en el aprendizaje permanente y mantenida por una curiosidad intelectual sorprendente. Su nombre no despierta curiosidad por otro tipo de mundanidades. Pocos como él trazaron un mapa de coordenadas tan apasionantes para la lírica escrita en la Región de Murcia.
Ya que hemos hablado de su vida es inevitable volver a su fin. Enfermó discretamente, con reserva, pero vivió y murió con desmesura. Con la muerte rondándolo como una mosca, unos meses antes de su partida escribió lo siguiente: “No haced mucho caso/ a quien ha gozado en la desdicha”. Aurelio se movía con gran agilidad mental lo mismo en la luz que en las tinieblas, sin por ello dejar de sentir pasión por la vida, que encuentra en todo su esplendor amargo en la poesía de su admirados autores. Quería vivir por siempre, por los siglos de los siglos.
Hay cosas que no se reflejan en su biografía, su semblanza personal, y es que Aurelio poseía un don, un fulgor especial. Lo que no cuenta su currículo es el profundo interés que tuvo siempre por los amigos. Peculiar personaje, escritor febril, brillante y minucioso hombre de teatro, excelente pintor, fue una extrañeza en su época y en su pueblo. Áspero y conmovedor, tierno e irascible, amaba la poesía, la amaba hasta el desespero, la amaba con esa generosidad extrema de quienes entregan la vida en un empeño.
Disfrutó con todo y con todos, siendo él mismo una fuente de gozo para los demás, que buscaron su sabia, ingeniosa y amena compañía. También cosechó muchos desdenes en vida, tal vez demasiados, pero siguió batallando siempre en pos de su designio, sin importarle la incomprensión de una época ruin y oscura. “La vida suele traer muchas amarguras y la gente suele crearte estados de angustia. Mi vida durante la niñez y la adolescencia fue muy atormentada hasta que, a los 21 años, entré en la universidad y mi horizonte de ver la vida varió bastante”.
Que su impronta y recuerdo no solo sirvan para reforzar lo que une a todos los miembros del Grupo de Literatura La Sierpe y el Laúd, que es mucho más que el amor incondicional a la poesía. Hoy en día muchos ciezanos piensan que el autor de Bastaba tu silencio es el gran poeta de su pueblo junto con María Pilar López (1919-2006). No está de más difundir este sentimiento común en muchos de sus vecinos. Queda su obra. Para siempre.
Texto de Pascual Gómez Yuste Ver su obra completa